EL TRADUCTOR AUTOMÁTICO DR. BLINDMAN.




CAPÍTULO UNO. Roosevelt Sykes,
“Mister Honeydripper” (“Señor Chorreador de Miel”).
“Music is my Business / Música es mi asunto/negocio”.
por Javier Goffman




¿De qué hablamos cuando hablamos de blues? Si intenta una respuesta evocando el lamento del que se quedó sin hogar o cosas así, siguió mucho a Lisa Simpson antes de que se volcara al jazz fusión. La cuestión va más allá de un dibujo soplando la corneta, aunque resulta igual de sencilla. Basta con acercarse al contenido de sus letras; o sea, traducir la poesía del inglés, idioma que no es nuestro. Que no sea nuestro no representa un inconveniente para mí, porque nada es nuestro, ni siquiera el propio cuerpo: deambula por ahí tan campante, suponiendo que hace lo que quiere, pero hasta eso le será quitado. Figura en la Biblia, hermano/a. No se precisa creer en algo para saberlo. Hecha esta salvedad, se sobreentiende; todos transitamos la existencia, todos somos extranjeros, todos somos todos en el devenir de los acontecimientos. De esta manera, usted toma el inglés de nuestros hermanos negros en igualdad de desarraigo; mas tampoco entiende un pomo, pues le pusieron sus propios tics a un idioma ajeno.
Tomé la iniciativa y bailé con la más fea. Esto es, Roosevelt Sykes. Clavé en la fonola el cassette, “Music is my business”. Disco de un gran pianista, acompañado en algunos temas por Johhny Shines y/o Louisiana Red en guitarra, junto al por entonces benjamín armoniquista Sugar Blue (Azúcar Triste o Azúcar Azul).
La historia cuenta que Sykes conoció a un tipo que se hacía llamar “Mister Honeydripper” (Señor Chorreador de Miel), quien le legó su título, de palabra:
—Desde ahora, tú eres el verdadero Señor Chorreador de Miel.
Y los años le enseñaron al nuevo Señor Chorreador de Miel que con el título venía la historia de un anónimo. En definitiva, otro de nosotros. Hermanos/as: quién sabe cuántos señores chorreadores de miel pisaron fuerte a lo largo de la historia y hoy son la nada, polvo en las plantas de los pies, brisas anónimas sin nombre: “¿Recordará el viento los nombres que se llevó el pasado?”, interroga Jimi Hendrix, en “El Viento Llora, María”.
La respuesta es no, aunque funciona como figura poética.
Cuestiones más o menos profundas llevan a un monigote cualquiera a conocer los blues y brindarse tripas corazón a vivirlos, en el caso de Sykes con toda la energía. El hombre aporrea el piano, presenta los temas, canta y toca, intercala monosílabos, frases; pide “Mércy!”, piedad. Pide mucha piedad.
La canción que da nombre al disco es la misma que abre y cierra este artículo, más adelante nos ocuparemos del resto. “Música es mi asunto” (o mi negocio, la palabra business cambia de significado con el contexto): “Música es mi asunto / y no estoy avergonzado. / La música no es un juego / y Señor Piano es mi nombre.”; ahí tiene el estribillo. “Algunos dicen que soy vago / pero pueden decir lo que elijan, / cuando te ponés solitario / puedo alejar tu tristeza”. Después proclama que practica el amor en vez del odio, pero lo que más practica es el boogie, lo llaman de costa a costa para practicar el boogie. No se refiere únicamente al ritmo musical. En los blues, cuando vamos de boggie, viajamos en tren, chorreamos la miel, cavamos la patata, o hacemos casi cualquier cosa, estamos hablando (directa o indirectamente) de sexo.

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